El cielo canario, el camino más corto hacia las estrellas

Arropadas por la inmensidad del Atlántico, las islas Canarias ofrecen no solo espectaculares paisajes terrestres, sino también un tesoro celestial que fascina a observadores y astrónomos de todo el mundo. Con sus cielos limpios y ubicación geográfica privilegiada, el archipiélago se erige como uno de los destinos más privilegiados del planeta para adentrarse en la contemplación de las maravillas del universo. Desde antiguas leyendas que tejen historias entre constelaciones hasta la tecnología de vanguardia en los observatorios de Roque de los Muchachos, en La Palma, y el del Teide, en Tenerife, el cielo canario ofrece una conexión directa entre nuestras ansias de conocimiento y el libro infinito que es el cosmos.

Si nos plantearan cuál es el lugar idóneo para instalar un gran telescopio, ¿cuál sería el primero que nos vendría a la cabeza? La respuesta parece sencilla a día de hoy, pero no tanto hace siglos. Los primeros telescopios del continente europeo no se ubicaron precisamente en lo alto de las montañas, sino en cotas bajas y, más sorprendente, en el centro de las ciudades. Emplazamientos ilustres al mismo nivel que los edificios más emblemáticos de cada urbe. Ahí están como ejemplo, los observatorios de Greenwich en Londres, el de París o el Real Observatorio de Madrid, junto al Parque del Buen Retiro. A nadie se le había ocurrido que los telescopios debían situarse en las cumbres más altas hasta que Isaac Newton escribió en una de sus obras que lo más conveniente era situar los telescopios allí, alejados del ruido de la civilización. Era mucho el aire que se quitarían de en medio hasta llegar a una atmósfera más cristalina. Lo cierto es que Newton lo sugirió, pero ni él ni el resto de científicos de entonces subieron a una montaña para comprobarlo… 

Cielos de Canarias - Aislados libro

Tuvieron que pasar más de cien años para que un astrónomo tomara en serio el escrito de Newton y se decidiera a corroborar la sugerencia. El intrépido aventurero fue el joven Charles Piazzi Smyth, que aprovechó su luna de miel en Tenerife para pedir una subvención al Almirantazgo Británico, que le concedió 500 libras y un barco para sus investigaciones. Todo por la ciencia (y el amor). Estamos en el año 1856, con todo lo que significaba viajar a Canarias. Piazzi Smyth buscaba cotas altas y las líneas que Alexander von Humboldt había redactado sobre el Teide durante su mítica visita a la isla le sirvieron de revelación:

““El pico sólo nos resultó visible durante algunos minutos, cuando estábamos ya ante el muelle de Santa Cruz. Pero esos pocos minutos me procuraron una visión grandiosa y sobrecogedora […] La mañana era gris y húmeda […], cuando de repente el manto de nubes se desgarró; a través de la abertura apareció el cielo de un azul adorable. Y en medio de ese azul, como si no formara parte de la tierra, como si se abriera la perspectiva hacia un mundo extraño […], se nos apareció el pico Teide en toda su majestad”.

El astrónomo llegó a Tenerife con un cargamento enorme de instrumental que necesitó de más de veinte mulas y caballos y numerosos porteadores locales para desplazarlo a las cumbres. Era 14 de julio. Desafortunadamente, el telescopio más grande, el de 7,5 pulgadas, se tuvo que quedar en el Puerto de la Orotava, hoy Puerto de la Cruz. Demasiado pesado para los animales. La expedición debió conformarse con el telescopio más ligero, el de 3,6. En primer lugar, montaron un observatorio improvisado en el pico de la montaña de Guajara, a 2.717 metros de altitud. Más tarde, en el Teide, aún más alto. Al caer la primera noche, la Luna brilló intensamente sobre un cielo estrellado. Los planetas ascendieron como luceros y las pinceladas de las estrellas fugaces hacían a las miradas cautivas del cielo. Todo iba bien.

En las cumbres, Piazzi Smyth realizó una serie de placas fotográficas de estrellas que a su vuelta comparó con las que se hacían desde el continente, a cotas bajas. Los resultados fueron evidentes desde un primer momento: la calidad de las imágenes era altamente superior en aquellas tomadas en las cumbres de Tenerife. El hallazgo revolucionó la astronomía y los observatorios comenzaron a abandonar las grandes ciudades para subir a las montañas.

Piazzi Smyth en Guajara, 1856. The Royal Observatory, Edinburgo.

No todas las cumbres son iguales y hay pocos lugares en el mundo que son tan excepcionales para la observación astronómica. La clave para entenderlo reside en cómo captamos la luz que viaja hasta nuestro planeta. Los astrofísicos exprimen la información de cada rayo de luz que nos llega de las estrellas, planetas o galaxias para saberlo todo sobre ellos. El gran problema es que toda esa luz nos llega emborronada por las mismas capas de gases que nos permite respirar: la atmósfera. Cuanto más limpia y clara sea la atmósfera, mejores serán las condiciones para observar el Universo.

Uno de los fenómenos que más altera la luz es la turbulencia atmosférica, que es, básicamente, el aire en movimiento. Y luego están las nubes, claro. Pesadilla para los turistas, pero también para los astrónomos. Si excluimos a estos dos factores, la nitidez de los objetos celestes está casi garantizada. ¿Lo mejor de todo? Gracias a las condiciones geográficas de Canarias, sobre todo de Tenerife y La Palma, las cumbres están libres tanto de turbulencias atmosféricas como de las nubes.

Ser islas muy altas permite sobrepasar las zonas más turbulentas y nubosas de la atmósfera, a unos 1.500 metros. Como extra, el carácter oceánico y alejado del archipiélago reduce aún más las turbulencias típicas de los territorios continentales, provocadas por el choque del viento contra montañas. Razones más que suficientes para que los mejores equipos científicos del mundo trabajen en los observatorios gestionados por el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC). 

La Ley del Cielo

En 1988, España se convirtió en el primer país del mundo que creó una ley para la protección de un observatorio promovida por el IAC. La Ley del Cielo de Canarias se diseñó para la conservación del cielo de una zona determinada, en este caso de la isla de La Palma, con el fin de evitar los efectos adversos de la luz artificial. Una regulación fundamental para que el Observatorio del Roque de los Muchachos se haya convertido en un referente mundial para la observación nocturna. Desde su planteamiento inicial, la ley comprende cuatro aspectos fundamentales que la siguen haciendo la Ley más completa de protección de la calidad astronómica a nivel mundial.

El principal de los aspectos de la Ley del Cielo es la contaminación lumínica. Se han llevado a cabo multitud de adaptaciones de instalaciones de alumbrado, suponiendo la reducción potencial de la contaminación lumínica en el 50% aproximadamente. También se ha regulado la contaminación radioeléctrica, estableciendo los niveles de radiación electromagnética para que no se interfieran los equipos y medidas de los observatorios. Además, se ha conseguido controlar la contaminación atmosférica, controlando las actividades que puedan degradar la atmósfera en el entorno de los observatorios y, por último, alterado las rutas aéreas, regulando el tráfico aéreo sobre los observatorios evitando interferencias

Cielos limpios que no solo son un recurso para los científicos, sino un patrimonio para los canarios, para la humanidad y un paisaje inmenso al que admirar y en el que podemos inspirarnos.

Fuentes principales: Instituto Astrofísico de Canarias (IAC) y Universidad de La Laguna (ULL)

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